28 septiembre 2008

TORTILLA DE PIÑA


Una de cal, otra de arena.
Algo viejo, algo nuevo...
Algo del desván, algo que acaba de nacer.
Normalmente con muchas palabras, hoy que no me apetece decir.
TORTILLA DE PIÑA (FRUTAS, o lo que sea, que aún no sé como se debería llamar).

  • 2 huevos
  • 2 rodajas y media de piña en su jugo
  • puñado de champis
  • 1 ó 2 tomatitos rojos pero bien duros, pelados, sin jugo ni pipas.
  • Mozarella
  • Orégano, sal, pimienta, aceite y azúcar moreno
Hacer ligeramente los champis, y poner en unas gotas de aceite el tomate en trozos a que pierdan el agua, sin dejar deshacer, espolvorear una pizca de azúcar moreno y dejar caramelizar los trocitos enteros. Añadir los champis, salpimentar el conjunto y añadirle orégano si gusta.
Para seguir dejé en el fondo ese sofrito, encima las dos rodajitas de piña en trozos repartidos, entre medias algún taquito de mozarella y luego cubierto con los huevos batidos y cuajé normalmente... demasiado para mi gusto, la próxima haré para que quede más crudito.

A mí me encanta su textura, y el contraste fresco-picante... un poco como tú.

24 septiembre 2008

RECETA DE DESVÁN (Pastel de papas)

Fuera casi llueve. Si estuvieras te pediría uno de tus caramelos de jengibre, esas gominolas de final picante que guardas en la estantería desastre de tu cocina para cuando te visitan niñas grandes revoltosas, y así te dejen cocinar en paz.

Pero como en este momento estarás paseando junto al mar, me pongo la canción que me acompaña estos últimos días y aprovecho para subir mi descubrimiento de esta mañana, muy temprano, ya sabes que me gusta madrugar.
No sé bien qué casualidad me llevó a encontrar esta página http://audaciosus.blogspot.com/ Una de las cosas que me atrapa de Internet es esa posibilidad de perderte por tantos recovecos, como si jugaras en un increíble laberinto. A veces te deslumbra la novedad, a veces tu imagen reflejada en un espejo.

Audacius mencionaba, en el post que se me abrió, unas cajas guardadas en un desván, fósiles de años pasados que en su momento fueron imprescindibles y de los que eventualmente se separó sólo esperando reubicarlos. Evidentemente, y por lo que he podido leer hoy de su blog, supo perfectamente vivir sin lo que guardaba en esos cubículos de cartón, e ir acumulando otras vivencias que posteriormente cogieron también lugar en esa tonga de contenedores y recuerdos.

Sé que eso te recordará nuestra conversación de ayer. Sé que estarás de acuerdo con la frase de McCauley, pero en cierta manera a mí me ratifica en la teoría de que todo se mantiene en algún lugar, no ha de desaparecer literalmente para dejar espacio a lo nuevo, simplemente cambiarán de ubicación, ya habrán dejado huella, pero también espacio para tantísimas experiencias y marcas nuevas más. Naturalmente el polvo del desván las cubrirá, dejando una pátina que suaviza el cierto desorden si lo hubiera.

Esta simple receta que comparto hoy es una de esas hojas amarillentas que guardo normalmente en una caja de cartón. No te entendía ayer que tuviera que renunciar a guardarlas si forman parte de mí, si tiene una historia que conforma la mía.
En concreto ésta habla de mi “Como agua para chocolate” particular.

Hace muchos años, cuando era algo menos mocosa que ahora, perdí una ilusión. En aquel momento mi mente se dedicó a descubrir recetas que pudieran atraparla, mantener aún un tiempo más la esperanza, quizá maliciosamente también pensaba en una vuelta atrás, una atadura sutil y una reconquista.
Los fogones me servían para no olvidarlo. En cada guiso iba una pequeña poción de amor. En cada fórmula la magia que yo pensaba podía devolverme mi sueño.

Una tarde, recuerdo, y sin pensarlo mucho, me puse a variar sobre un pastel que aparecía en la siempre-eterna revista Integral. Salió un pastel hermoso, delicado y aromático, relleno con un rehogado de textura contrastante hecho con champiñones, cebollita, aceitunas, guisantes y una cobertura de puré de tomate natural –sin cocinar, simplemente rallado- espolvoreado con tomillo.

Aquella noche invité a cenar a mi ilusión. Sin más adornos que los naturales que entonces adornaban aquellos años de juventud e idealismo, se lo di a probar.
Recuerdo, creo, que se me quedó mirando y dijo, “esto no lo habías hecho nunca, me alegra saber que no has perdido la capacidad para experimentar”. No lo atrapó finalmente ni este plato ni lo que significaba como parte de un proyecto de futuro. En estos 20 años apenas dos veces lo volví a hacer. Hace unos días, sin embargo, me apeteció.

Con algunos cambios impuestos por la amenaza de asalto de bichos varios a mi nevera si no la limpiaba urgentemente, redescubrí la fuerza de este pastel y de la idea de la vieja casita con vistas al mar y al huerto… con cocina, con pasteles, libros y té. Y puede que sea un manido sueño que se durmió décadas atrás, pero ahora ha vuelto a revivir, y es nuevo y especial, distinto porque lo miran y enriquecen otros ojos y otros ánimos, aunque la que soñaba con ser la protagonista que alimentaba y endulzaba las aventuras de los Cinco, sigue ahí por momentos.
Así que he rehecho el plato y me ha vuelto a enamorar. Aproveché cosas que tenía en la nevera a punto de caducar, ha salido enriquecido, más otoñal pero delicioso...

PASTEL DE PAPAS



INGREDIENTES:

  • Puré de papas (yo lo hago con papa y zanahoria, mantequilla, ajo y leche)
  • Rehogado de verduras (ya dije que en el origen era algo mucho más sencillo), esta vez fue un pisto –aceite, berenjenas, calabacín, pimiento rojo y verde, cebolla, tomates, vino- al que añadí unos champis, aceitunas verde, medio huevo picado y tomillo.


A la hora de servir se puede calentar al micro, con un poco de queso rallado fundente por encima, servirlo con mayonesa o simplemente al natural, según el gusto y la ocasión.

23 septiembre 2008

MIS PEQUEÑOS GRANDES PREMIOS


Mis pequeños grandes premios.
Siempre son grandes cosas para mí aunque quizá inapreciables para los demás. Casi siempre están aunque a veces yo me niegue a mirarlos.
Ojalá pocos días –tampoco voy a ser ilusa y pedírmelo para siempre- se me nuble la capacidad de maravillarme con ellos.

20 septiembre 2008

Cambia todo cambia. (Pechugas asadas con yogur y curry)


Cambia todo en este mundo
Cambia el clima con los años
Cambia el pastor su rebaño
Así como todo cambia, que yo cambie no es extraño

Abrí los ojos tarareando esa canción. Me levanté y continué con ella aun con la boca llena de cepillo y pasta.

… cambia, todo cambia…
Pero no cambia mi amor
Por más lejos que me encuentre
Ni el recuerdo ni el dolor
De mi pueblo y de mi gente

No sé qué soñaría en esta última parte de la noche, no sé donde estaría pero al despertar tenía la piel erizada.
Cambié el espejo con marco a rizos desgreñados del baño por esta pantalla que no refleja y sigo tarareando, Cambia, todo cambia…

Como cambió esta idea que tenía anotada en mi libro de futuribles, entremezclada con otras recetas coincidentes en macerar la pechuga con yogurt que pululaban por mi falsa memoria. Al final, y sin hacer mucho caso ni a una ni a otras, salió esto.
El resultado es un pollo tiernísimo con un precioso color sonrosado en el centro, pero demasiado fuerte para mí, ya que caliente, el sabor tiende al picante. Al enfriar sin embargo cambia. Lo usé así para hacer bocatas –benditos apaños de domingo perezoso- acompañándolo de aguacate y algo de mayonesa, de esta manera se suaviza mucho, y aunque no diré memorable, porque en mi cabeza todo se desdibuja, por apreciaciones ajenas sí lo calificaría de estupendo y más aún para los que gustan del sabor fuertecito del curry.

PECHUGA ASADA CON YOGUR AL CURRY


INGREDIENTES

  • Medias pechugas sin filetear
  • Yogur natural
  • Cebolla picada fina
  • Ajo idem, sal
  • Jengibre
  • Curry
  • Chorrito de limón

Adobar un día o, como poco, de un día para otro todos los ingredientes. Asar al horno, a 160º, entre media hora y cuarenta minutos. Yo lo tapé con aluminio para evitar se arrebatara.

14 septiembre 2008

HAY SEMANAS

Hay semanas que están porque deberían estar para no trastocar el calendario.
Semanas que se escurren entre los dedos, dejando pozos de deseos incumplidos, tareas inacabadas, palabras sin oídos.
Hay semanas que no sé si he soñado o me he perdido, envueltas en el equívoco de pasos que se creían dar en la cinta andadora de la inmobilidad.
A las 8 de la mañana del último día, suena un teléfono. No esperas llamadas pero las deseas. Así que lo coges con un gesto y una pícara sonrisa que queda congelada estúpidamente en el rostro al escuchar la 7ª palabra.
Y es que hay semanas que están porque deberían estar para no trastocar el calendario, y personas cuyo destino es irse con ellas. Ojalá mañana mismo no haya olvidado ésto y encare ese nuevo período con la lección bien aprendida. Creo que me lo merezco.
Ahora toca decir adiós y dar ánimos para tiempos venideros a los que recordarán esta semana como la más triste, y a la persona sin necesidad de una lista de 10 cosas.

13 septiembre 2008

10 PUNTOS PARA RECORDARTE SIEMPRE (Hummus)

Aún arrastro cierta pereza, no creo que sea por cansancio porque, si acaso, empiezo a estar harta de inmobilidad, quizá sea por este otoño que me encontré al volver y que, por mi mala memoria, me empeño en considerar demasiado prematuro y al que mi yo más sentido se resiste o sería más correcto decir NO se resiste?

Así que hoy me dormí una siesta tras una buena comida. http://cocinaparaimpostores.blogspot.com/2007/12/pollo-al-sobre-de-sopa.html fácil e impostora pero con una salsa tan sabrosa que hasta me atreví a redondear el homenaje con una papita frita.
Tras ésto, y a falta de otros brazos que pienso pero no mencionaré (debo estar haciéndome mayor porque hasta empiezo a fijarme en miembros torneados -superiores- cuando veo la televisión, y a tener preferencias), me enredo con mi fiel y siempre dispuesto Morfeo. El tiempo y el roce hacen el cariño, dicen, y debe ser así, porque en ciertos momentos adoro la facilidad que tiene para arrancarme de realidades aburridas -¿será ésto depresión postvacacional?, empiezo a mosquearme-.

Total que nunca sabré si me llevó por cielos pintados de nubes rosas o pesadillas horrorosas, tengo una facilidad alucinante para olvidar. Algunos le dirían enfermedad, yo por ahora lo veo como una bendición. Pena que no sea indiscriminado, en muchos casos me haría un favor, pero no protestaré.
Entonces, y a lo que iba, me medio despierto con el sonido de una peli que dejé puesta antes de caer definitivamente rendida a sus encantos (¡cómo me gusta dejarme hacer !), no sé bien de qué iba pero creo que con los lagrimones tontorrones que me arrancó después de 10 únicos minutos finales y un The End, muy buena no debía ser.
Supongo que alguna típica para intentar entretener a esos niños buenos que definitivamente dejaron de nacer años ha.

Pero ahí estaba yo en el momento álgido de niña que pierde perro, de padre que le declara amor y secretos pasados, de vecinos en recién estrenada armonía y hasta con un coro poco miserere de reverendo americano, soltando sales y lágrimas a mares por la hermosura desastrosa de un jardín lleno de pétalos de rosas, velas y bombillas de verbena como las que yo misma organizaba en la niñez (una que siempre fue muy marimandona).

Vale, ya que me toca ser sincera, diré que esa única imagen de futura mujer organizando encuentros para los demás, en un jardín diseñado por mente infantil no fue lo único que me tocó la fibra. Hubo una frase facilona que creo que decía: " No puedes evitar que alguien se vaya cuando quiera. Sólo puedes quererla mientras decida permanecer" que me revolvió la fibra protestona, soñadora y querindonga que tengo, y que comparto con la niña de 10 años que decidió anotar 10 puntos a recordar del perro que pensó había desaparecido. En principio para hacer un pasquín y que le pudieran avisar si acaso lo encontraban, y después, y perdidas las esperanzas, para repetir y memorizar esa lista de cualidades, que permanecieran inalterables sin perderse en el tiempo y así guardar algo fiable que recordar.

He decidido imponerme esa tarea porque yo tampoco quiero perder, por mí no perdería jamás nada, pero como no es cosa de mis deseos nada más, haré una lista de 10 cualidades de aquello que me llena para que permanezcan por siempre formando parte de mí.


PUNTOS para no olvidar esta versión del HUMMUS:

  1. Llegó a mi vida cuando mi gusto miraba a oriente
  2. Llegó a mi vida cuando busqué conocer
  3. Llegó a mi vida cuando soñé compartir
  4. Llegó a mi vida cuando mi propia revolución interior alteraba musas y atrevimientos
  5. Llegó a mi vida acompañando sabores frescos
  6. Llegó a mi vida con cierto ánimo de sorprender
  7. Lo quise aprender con cierta ilusión de conquistar
  8. Llegó en una segunda parte de mi partido vital, por alguna razón sería
  9. Sabe a nuevo
  10. Me recuerda a ti


INGREDIENTES:

  • 1/2 Bote de garbanzos guisados
  • 1y1/2 cucharada de Tahín
  • 2 cucharadas de aceite
  • 2 cucharadas de jugo de limón
  • 1 ajo o ajo seco
  • Comino molido y sal
  • Algo de agua o caldo de la cocción si son hechos en casa.

Molerlo todo con paciencia. Cuesta un poco en la batidora de vaso. Servir con un chorrito de aceite, espolvoreado de pimento al gusto (picante o dulce o mezcla) (la próxima tb con un poquito de cilantro que esta vez no tenía y con los garbanzos pelados si gozo de la suficiente paciencia y tiempo). Para mi gusto es un poco fuerte para tomar sólo con el pan de pita, pero con pepino y zanahoria, diossssssssss, es un placer divino. Ideal para compartir y charlar mirándose a los ojos, comiendo despacito, sin prisas y disfrutando. (Yo sueño hasta comiendo, jajajajajjaja)

PDT. He de recordar anotar esa lista y guardarla en algún lugar que no se me vaya a olvidar.

RECUERDOS PRESENTES DE GRANADA

Cuando llegué a Granada, después de dos horas y medias tan escasas que mi reloj sólo marcaba que hubieran transcurrido dos, de un bocata de chorizo (detalle a destacar de la compañía aérea) con su vasito de agua y cuatro sonrisas en el avión, me encontré con un aeropuerto pequeño, familiar y una guagua llena de gente joven que hablaba de terminar estudios en Cuba, de leer el País, de las lentejas de sus madres con verduras deshidratadas que se hacían en un pispás. Entonces no sabía que esa sangre joven que ocupaba los asientos alrededor del mío, que había respirado durante el vuelo entre las islas y la península, iba a ser lo que más destacara en la vieja ciudad.
A las dos horas, aunque algo aturdida por la cantidad de gente que pululaba aquel lunes cálido por La Gran Vía de Colón, Reyes Católicos y Mesones, ya me había quedado con lo que no me abandonaría durante esos días de conocimiento: la vitalidad, el ánimo rompedor, el colorido de los pocos años, la savia nueva y veloz de Granada.

Fueron días de paseos por callejas y escaleras que siempre miran hacia lo alto para, desde arriba, transformarte en un pequeño poderoso –aunque con la lengua fuera y en posturas a veces poco dignas, todo hay que decirlo-, días de calores secos aromatizados de jazmín, especias, vino y té, días de tejados, jardines enrejados, senderos empedrados, nostalgias. Fueron noches de refresco, de terrazas repletas hasta muy tarde con la calma de los que parecen no tener que madrugar, de tapitas –no siempre tan espléndidas como te anuncian, ni mucho menos-, de pies haciendo camino junto al Darro y aplaudiendo una guitarra en el Paseo de los no tan Tristes o toda una Orquesta en la Plaza de la Catedral. Cuando uno está en un lugar así, no sé porqué, y mientras pasea por el Albaicín o por el Barrio del Realejo o se detiene a respirar en el recoleto y silencioso jardincito junto a la Alcazaba, al sonido del agua y la magia de la Alhambra, se acuerda de los que no están, de quienes quisieras que compartieran el duende y que intuyes lo harían sin tener que hablar.
Por eso este viaje permanece en la memoria reciente con una envoltura de añoranza y un deje pequeño de pena.
Sé que dentro de poco, el polvo de mi poca cabeza cubrirá ciertos detalles, quizá se me olvide la impresión que la imagen de los cipreses distantes entre tejados y ascensos me clavó el alma; o que la soledad de los paseos al amanecer nunca estuvo solitaria del todo; que el agua tan presente en sonido y transparencia por toda la ciudad, algo que poca gente te dice cuando te recomienda para este viaje, es tan impactante… seguramente se me olvidarán las risas moriscas de los vendedores de la Alcaicería, que nunca sabes si las provoca verte revolver deslumbrada por fruslerías y cristalitos, o sus propios chistes sólo al alcance de oídos conocedores de su idioma; igual olvidaré el olor a comino y especias de la calle Elvira, o del puesto de Juan Antonio, en la calle Pescaderías, donde se mezclan los pulpos con el chocolate y flores de su té granadino, la pimienta de colores, azahar y lavanda. Olvidaré que los horarios son tan estrictos, que la ciudad duerme hasta tarde, que a las tres y media todo el mundo dormita, dejando las calles envueltas en un silencio denso de bares vacíos y que las noches se llenan del entrechocar de platillos y vasos. Se me ocultará la imagen de los gatos junto al río, sobre los coches, en los patios o en los pasadizos nazaríes. ¿Olvidaré acaso el sabor del helado marrons glace de los Italianos? A lo mejor también, o como dice “To”, mi mente lo desvirtúe y me invente otras tantas sensaciones que no habrán sido reales. No lo sé. A lo mejor, es posible que ahora que hago este recuento ya me esté olvidando de algo.

Lo que sí tengo claro es que aquel viejo recuerdo que mi maestra dejó en mi niñez permanecerá porque ahora, tantos años después, con mis vivencias yo lo he enriquecido.
¿Crees en la magia? Porque algo de mágico tiene que tener que mientras paseara la Alhambra yo también me tuviera que proteger de un aguacero fuerte, intenso, inesperado y efímero como el que ella nos contó aquel otoño de mis siete años. Porque el aroma que había traído hasta la pequeña escuela de Velhoco, en Santa Cruz de la Palma, lo he redescubierto yo nada más empezar a pasear los jardines y que el cantar del agua que me arrullaba desde aquel entonces, lo haya refrescado estos días de septiembre.
En fin, que como cronista de viajes no me gano la vida. Pero que no quede duda alguna que Granada, como una pequeña torre de Babel, merece la pena. Y guardo las ganas para conocerla más allá de las puertas de la ciudad quizá muy pronto...